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viernes, 16 de agosto de 2013

El Pueblo Hadza


 Los Hadza son apenas mil. Viven en las cercanías del Lago Eyasi, en Tanzania. Son un absoluto misterio para la antropología. Parece ser que su genética está próxima a los pigmeos (desplazados a zonas muy alejadas de Uganda y Congo por distintas tribus invasoras) pero su forma de vida, costumbres y lenguaje está relaccionado con los pueblos koisánidos (antiguamente llamados bosquimanos) a miles de kilómetros del lago Eyasi. Viven en la sabana arbustiva. Para comer, cazan los hombres y recolectan frutos las mujeres. Como antes de la agricultura.No tienen ritos religiosos ni funerarios, aunque algunos afirman que las noches d eluna llena bailaban a la "luna madre". Todo lo necesario para sobrevivir lo trasmiten de forma oral de un individuo a otro através de un lenguaje lleno de sonidos oclusivos que suenan como chasquidos o como "besos" (punto que los relaciona con los Koisánidos). No contruyen casas estables y son seminómadas.
Alimentan el mito de tribu de la "edad de piedra", de hombres libres dependientes de la caza, el sol y la luna, de vagabundos en una tierra salada y estéril, tomando contacto con las tribus cercanas (fundamentalmente los Datoga, de los que hablaremos) para conseguir puntas de flechas y poco más. Los hijos en pañales del mundo mas ancestral,presos de miedos, necesidades y costumbres atávicas.
Con esta idea me levanté aquella mañana en una misión católica de Mangola, cerca del lago Eyasi. Monté en un todoterreno y comenzamos a dar botes entre los arbustos. Una pequeña familia apareció cerca de un baobab. Tenían unos palos clavados en su tronco de los que colgaban algunos collares y pulseras hechos con abalorios, algunos de los hombres vestían con pantalones y camisetas de fútbol cubiertas por vestiduras tradicionales. En un corro, con papel de periódico se liaban unos cigarros de marihuana. Cuando nos vieron sonrieron, traeríamos dólares, o alcohol o marihuana... medicinas de los blancos para olvidar el origen, el fuego ancestral... Se agruparon para fotografiarse con nosotros. Uno de ellos, frotando dos palos consiguió una pequeña chispa que utilizó para encender una pipa rebosante de marihuana. Nos ensañaron un pequeño instrumento que tocaban sin gracia (evidentemente lo habían sacado de algún otro lado). Hablaban poco, sentados en el suelo, fumados y medio borrachos. Sonreían como niños, con los ojos rojos. Una sensación de fragilidad me recorrió de pies a cabeza. Parecían tan frágiles, tan débiles, tan desprovistos de lo que siempre había sido suyo: la caza, la luna, la dignidad... nos miraban sin entender muy bien que hacíamos allí, trayendo dinero que nunca tuvieron para comprar todo lo que nunca han necesitado... Y también yo me sentí frágil, solo, desalmado, sucio, roto por dentro... Solo deseé que por lo menos, el poco tiempo que les queda lo pasen entre una felicidad narcótica, tan artificial para ellos como la nuestra. El tipo de felicidad que nunca pidieron.



                                                    











2 comentarios:

Anónimo dijo...

....GUAUUUU......!!!!!.Has estado con los hazda!!. Esa es una de mis ilusiones...Si tienes información o sabes de bibliografía...me puedes pasar?. (Ya te recompensaré...je,je...)Muchas gracias, pirata.
Muy interesante y envidiable.
Bss.

Anónimo dijo...

Felicidad narcótica....se preguntaba Seneca ¿Qué necesita del exterior el que ha recogido todas sus cosas en si mismo? Pues ¿basta la virtud para vivir feliz? Besos..