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viernes, 23 de diciembre de 2011

Puertas.

Fachadas desconchadas que descubren todas sus pieles. Maderas carcomidas por la humedad del Índico. Hierros oxidados rezumando sal. Calles con adoquines movidos o ausentes. Un enorme laberinto de calles, gente y motos.
Las puertas se levantan en Stone Town como una pequeña concesión a la belleza pasada, a la gloria de los años de riqueza. Años atrás ocultaron esclavos traídos de más allá del Gran Lago, entraron por sus costillas vivos y salieron muertos o condenados eternamente. Ocultaron a muchas de las muchas amantes del Sultán en sus correrías nocturnas en busca de otros amantes o de los pañuelos de la más fina seda para ser las primeras entre las primeras. Ocultaron a los conspiradores que derribaron al sultán y su podrido régimen de esclavitud y miedo hace no muchos años. Encerraron la historia y jamás la contaron a nadie.
Hoy permanecen abiertas durante el día para calmar el calor y la humedad dentro de las casas. Enormes, con clavos para que no las derriben los elefantes (influencia claramente india, ya que en Zanzíbar no hay elefantes), con tallados delicados que hablan de las riquezas o el poder de la familia, aún permanecen medio podridas, mil veces pintadas, haciendo alarde de una belleza decadente, de belleza perdida de diva...