Un cuaderno en
blanco regalado es un compromiso. El “regalador” espera que lo llenes y el “regalado”
teme no poder llenarlo. Por otra parte
el “regalador” pretenderá leer lo que en “su” cuaderno pone, pretenderá
gratuitamente robarte un pedazo de vida, una receta de cocina o la alineación
de España en el mundial del 94, o en el peor de los casos una ecuación en la
que x es igual a infinito, o la “Guerra de los 100 años”… esto constituye en si
mismo un acto delictivo de primer orden.
¿Y qué decir
del regalado? ¿Qué contar de ese nudo en la garganta al observar, abrumado, que
tiene un ciento de páginas que llenar? ¿Cómo le contará a su jefe, a su mujer,
a sus hijos, que cuándo nadie le ve ejerce el feo y solitario vicio de la
masturbación intelectual? ¿Qué dirán los vecinos en el ascensor cuándo
descubran que ESO que lleva bajo el brazo es un cuaderno nuevo, con 200 hojas
de 80 gramos y tamaño DIN-A4, vírgenes como ninguna de sus esposas, como
algunas de sus hijas?
Una tarde de
mayo me regalaron un cuaderno y enseguida mis manos sintieron la perversión
oculta de aquel acto, enseguida mi cerebro entendió el pecaminoso hecho al que
estaba condenado. En cuanto entendía que debería llenarlo me puse manos a la
obra todo lo rápido que pude.
Fue en Otoño.
Lo intenté con hojas secas. Creí que sería sencillo mezclar hojas con más hojas,
parecía muy lógico. Meticulosamente metí
varias hojas aún verdes en mi cuaderno nuevo. Parecieron no gustarse, las
verdes se pudrieron y las otras, las blancas se mancharon y arrugaron. Tuve que
arrancar algunas.
No me rendí.
Más tarde, en invierno, lo rayé cuidadosamente e hice pequeñas celdas: Lo
llenaría de firmas, cientos de firmas, cientos de garabatos ilegibles
importantes sólo para el autor y el que cobra el cheque. Me lancé a la calle
muerto de frío y descubrí mi cuaderno vacío, todos querían firmar por las
ballenas, por la sanidad pública, por el matrimonio gay… pero ABSOLUTAMENTE
NADIE quiso firmar por el simple hecho de llenar un cuaderno en blanco. Muchas
Hojas se perdieron, quedaron inútiles con celdas lo suficientemente pequeñas
como para escribir nada.
No desistí y la
primavera se apoderó de las calles. En mitad de aquel despliegue febril de
gente estornudando, jóvenes besándose y animales copulando, decidí llenarlo de
poemas. “Será sencillo-pensé- otros lo han hecho antes”. Escribí como un loco
durante días. Sonetos, liras, cuartetos, tercetos, ABAB-CDC, alejandrinos,
asíndeton… la poesía fluyó por mano en un vómito rabioso y obscenamente
creativo. Escribía a todo lo escribible y a lo que no pude escribir con
palabras le puse música, y soñé como nunca.
Llené mi
cuaderno incluso por los márgenes, improvisados como pentagramas para musicar
lo que no pude escribir. Lo rechazaron en 10 editoriales, en otras tantas
revistas y en muchas de las conversaciones. Pasó por cien manos, cien ojos y
cien orejas, cortaron y recortaron lo que quisieron, lo censuraron, lo
vapulearon, y más tarde me lo devolvieron. Rabioso, a pocos días de llegar el
verano, arranqué todas sus hojas y las quemé en una hoguera enorme, era el día
de San Juan. Nunca tantas palabras hicieron tan poco humo. Sólo quedó entre mis
manos las dos tapas de cartón y un ridículo muelle uniéndolas.
Hace unos días vi en la plaza al asesino que me regaló
el cuaderno, sin mediar palabra me abalancé sobre él y de un firme derechazo lo
derribé en el suelo y sobre su pecho arrojé aquella cosa con dos pedazos de
cartón y un muelle, aquel monstruo
lleno de ausencias… Gracias Julio, por tu reloj...
NOTA: Este relato lo escribí hace 4 años, cuando me regalaron un cuaderno que se convirtió en mi cuaderno de viajes, más tarde lo perdí y hace tres meses lo recuperé, muchas gracias por devolvérmelo.