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lunes, 28 de julio de 2014

Pequeñeces

Parecerá una tontería, una pequeñez. Pero he vuelto a escribir, después de nueve meses. Si no lo hice antes fue por no morir de la forma más frecuente del que se ha ido: una bala perdida de  nostalgia.
Me fui. Me fui y me volví a ir dos veces. Me fui doblemente.
Primero abandoné las llanuras del Este de África, pero prefiero no hablar de eso, es un revolver cargado, una ruleta rusa con 4 balas en lugar de una. Para eso aún necesito tiempo, no para olvidarlo, si no para empezar a pensar en empezar a hacerlo.Mejor aparcarlo. Así son los procesos. Así soy. Los últimos días los pasé mirando a los animales y los hombres, observando detalladamente como el sol se oculta en los lugares que habitan. Presté una atención minuciosa a cada atardecer y amanecer. No perdí detalle de cada persona, animal o cosa que se cruzó en mi camino. Sorprendido aún después de cuatro años como el primer día. Ese fue el recuerdo que me quise llevar.
Después volví a casa, descubrí de nuevo a los míos, aprendí de nuevo de cada palabra. Levanté todos los vasos para todos los brindis del mundo. Los miré a los ojos tratando de diseccionarlos de nuevo, charlamos hasta secarnos la boca, hasta enfriar cafés y calentar cervezas. Estaban allí. Seguían como el primer día y eso me hizo profundamente feliz por un instante.
Volví más tarde a la selva, a la humedad y el aire denso. A la vida a otra velocidad y con otros ritmos. A encontrarme con todo lo que había dejado en el sur. Allí estaba en medio de un ciclón imparable, en medio de la locura de la realidad con enormes resquicios por dónde fluye la poesía, todo lo que había dejado desperdigado, fugazmente ordenado en tantas idas y venidas, me estaba esperando, me desafiaba de nuevo a tomar las riendas de mi vida en el continente dónde la novedad es que no esté ocurriendo nada. Acepté.
Y otra vez volví a casa, excepcionalmente acompañado, para mostrar la belleza de un país que poco a poco se nos va de las manos. Recorrí un trecho enorme de su piel, del norte al sur, del mediterráneo al centro. Me reconcilié con él como nunca lo había hecho. Después de muchos años me volvió a sorprender. Seguía allí, hermosos y agonizante.No pude ayudarle y creo que nunca me lo perdonará.
Volví a asumir mi reto. Bolivia me miraba a los ojos y me decía lo que nunca me había dicho antes:Quédate y se gigante. No me conoce. No sabe que soy un ratón con sueños de elefante.Pero me quedé.
Una selva. Una moto. Gente que me quiere. Un plan sin plan. No parecía necesitar más.
Unos buenos amigos se casaron. Algo aparentemente insignificante, no tengo un respeto especial al matrimonio, pero hace bastante tiempo que aprendí a no salpicar a los demás con mi discurso, a vivir las situaciones sin complejos y sin ser aguafiestas. Me hubiese gustado ir. No estaba allí. No era novedad. Como no podría ser de otra manera  ese día estuve haciendo recuento de todas mis ausencias: bodas, cumpleaños, vacaciones, nocheviejas, nacimientos, defunciones... y más que nunca agradecí estar rodeado de la gente más excelente que puede estar a mi lado, los que perdonan mi ausencia, los que no me preguntan por qué no estuve o qué diablos hago tan lejos.
Sonó el martillo y una bala de nostalgia perforó mi sien. Me monté en la moto y conduje por una carretera recta hasta unas lomas de arena rodeadas de palmeras. Tenía que recordar porque estaba aquí. Cerca de las lomas una inmobiliaria había allanado el lugar y colgado su cartel "Terrenos en Venta".En unos diez años eso sería una barriada ... y entonces habría que ir a otro lugar... Ese atardecer se me antojó parecido a otro (sí, a uno en concreto) que había visto en Kenya, y a la vuelta un amigo me saludó como otro de España, y cené algo que me recordó a algo que había comido en Argentina... Me eché a dormir más confundido que cansado. Tuve uno de esos sueños raros que uno tiene cuando cena demasiado: Estaba en un lugar que eran todos los lugares, que de un cuarto a otro pasabas del Serengeti a Ponferrada, de ahí a las lomas de arena, en el jardín estaba la Alhambra, en la encimera de la cocina la Catedral de León, encima de la tele el Perito Moreno, en las macetas de la terraza selvas y desiertos... y estaban todos, absolutamente todos los que me importan, juntos, y aunque no los veía a todos sentía que estaban allí, incluso los que se habían ido para siempre. Cuando me desperté estaba relajado. No era raro, estaba todo en su sitio y todos dónde tenían que estar: dentro de mi cabeza.

Aquel atardecer de Kenya que se parecia a ése otro que era igual a aquel de...