Una mañana radiante nos sorprende. No es muy habitual que en
Rwanda amanezca despejado. No es nada habitual. Tocado por alguna especie de ángel de la suerte me despierto en la misma cama que la investigadora
Dian Fossey lo hizo algunos años antes. En el reparto de las familias que visitaremos esa suerte no para. Visitamos la familia
Susa, aún conserva una hembra que conoció a la famosa
primatóloga.
Sólo 700 ejemplares de Gorilas de montaña sobreviven entre
Rwanda,
Uganda y el Congo, sin entender de fronteras transitan entre los parques naturales, ajenos a las terribles historias que estos
países guardan.
Cazados hasta la saciedad, perseguidos por su carne o para cortar sus manos y hacer ceniceros y rituales
vudú ,han sobrevivido hasta nuestros días. Ahora es distinto, ahora los gobiernos han visto lo lucrativo que resulta que un extranjero pague 400 euros por visitarlos. Ahora los gorilas son sus amigos.
El enorme macho de espalda plateada me mira entre las ramas. Me mira (¡Diablos!, ¡es cierto!¡Me mira!). Nunca pensé cómo sería la mirada de un gorila. Sería una redundancia decir que es humana. También una estupidez. He visto miradas humanas vacías. Cuando queremos acercar a un animal a nosotros decimos que es humano. Ellos no lo son. Y espero que nunca lo sean.






